Descender al interior de los volcanes y tirarse por cascadas, antes mortales, se ha convertido en una moda creciente nacida desde materiales de uso militares.
Es un camino “casi” rutinario y que conocemos de sobra. Primero las innovaciones tecnológicas llegan a los sectores militares, de investigación, aeroespaciales, médicos y luego, una vez comprobada su valía, llega al sector del turismo. Ocurrió por ejemplo con el GPS, con materiales impermeables y aislantes para la ropa, elementos casi indestructibles para suelas y decenas de otros adelantos. En la actualidad, los nuevos adelantos han posibilitado que lo que una década atrás se utilizaba sólo con fines científicos también llegue al turismo y haga posible explorar espacios hasta ahora vedados para los que iban en busca de adrenalina y experiencias únicas.
En 2010 los geólogos comenzaron a utilizar sensores construidos con carburo de silicio, un material que se descompone a los 2.700ºC. Los llevaban a los volcanes, cuya temperatura suele ser de entre 900 y 1.200 ºC, y los lanzaban en estas bocas de fuego para obtener datos que predijeran su actividad. Hoy en Islandia, como si de una novela de Julio Verne se tratara, se ha llevado a cabo el primer viaje a un volcán. Los «lavanautas», como fueron bautizados por la Prensa, pudieron navegar por el cráter de lava ardiente a bordo de un «Nautilus» ignífugo hecho de carburo de silicio y con ventanas transparentes de corindón, un mineral sólo superado por el diamante en dureza y que diez años atrás se utilizaba para dotar de resistencia a las cámaras de los teléfonos móviles gracias a su transparencia y a su capacidad de resistir altísimas temperaturas (se funde a más de 2.000 ºC).
En breve también se inaugurarán paseos en volcanes de Suramérica e Indonesia en naves completamente transparentes hechas con Yttralox, una cerámica diseñada por General Electrics con una resistencia al calor y a los golpes muy similar, pero que resulta más abundante y fácil de manipular que el corindón.
Fue este mismo material el que inspiró a varios empresarios a crear otra aventura que se ha puesto de moda recientemente: el «waterfalling», o lanzamiento desde cascadas. En una esfera, con esqueleto de titanio y piel de Yttralox, se ubican dos pasajeros que son lanzados por cascadas de más de 50 metros de altura en zonas libres de roca. Cada esfera cuenta con acelerómetros y giroscopios y un sistema de turbinas que mantienen la «nave» en la misma posición y, en caso de detectar algún obstáculo que pueda dañar la estructura, activan los motores para evitar una caída violenta.
Otra tecnología de uso científico que también se ha expandido al mundo del turismo es la de introducirse en un huracán. Ahora que las universidades han decidido abrir sus puertas a los curiosos y mostrar sus avances, como si de un parque de atracciones futuristas se tratase, una de las más solicitadas es la Universidad de Miami. Allí se encuentra el mayor simulador de huracanes del mundo. Se trata de un recinto que ya en 2012 tenía una piscina con 120.000 litros de agua (hoy la capacidad es diez veces mayor, la mitad de una piscina olímpica) y puede producir vientos de hasta 240 km/h. Allí los visitantes pueden experimentar las distintas fases de un huracán en un entorno seguro, mientras aprenden sobre ciencia y tecnología.